Un viaje en tranvía es como la vida misma

Un viaje en tranvía es como la vida misma

Un viaje en tranvía es como la vida misma, está lleno de contradicciones. Lo importante siempre es tu actitud y sobre todo la actitud de tus compañeros de viaje. Para bajar al centro tomó el tranvía, un transporte cómodo e incómodo a partes iguales, como dos caras de una misma moneda. Me permite desaparecer entre la gente dándome una total libertad de movimiento, si te “desplazas” en sillas de ruedas es una maravilla, está totalmente adaptado, y a la vez me reclama una atención constante.

Dejar salir antes de entrar, esquivar obstáculos de todo tipo, pies, piernas, bolsas, adolescentes, que solo te ven la cara, y deben pensar que, con una inspiración, pliego la silla y me la pongo a la espalda. Con una mirada les explico, que la cosa no funciona así, y consigo llegar a la zona reservada para carros de bebés, personas con muletas o bastón y sillas de ruedas. Un grupo de la población que puede ser que no seamos mayoría, pero eso sí, que necesitamos un espacio considerable para poder maniobrar, y aunque no se entienda, aparcar.

Cuando tengo la suerte de pillar el tranvía en una hora que no hay mucha gente, el trayecto se vuelve liviano, puedes mirar por la ventanilla y contemplar el ritmo de la ciudad sin preocuparte de nada más. Ves los coches del carril de al lado y por las caras de sus ocupantes puedes imaginar que músicas están escuchando, si se dirigen al trabajo o qué conversación pueden estar llevando. De repente una voz suave, — «rojo, … otro, … ese, … otro» — el juego de un niño buscando un coche rojo, te devuelve a la realidad. Le sonrió, a veces me devuelve a la sonrisa y otras no, supongo que depende del día de cada uno. Una de las mejores cosas que tiene el tranvía estar al lado de bebés en la mayoría de los viajes.

Cuando es hora punta, en la zona de pasillo del tranvía, una multitud se agolpa como si fuera el mejor sitio donde colocarse, y cuando les pides paso para poder salir, te miran como si fuera la cosa más inesperada que le podías haber dicho, alguno o alguna habrá pensado — «¡Sube al tranvía y ahora quiere bajar!, asombroso». Vuelves a pedir varias veces perdón, disculpe, me dejar pasar, hasta que consigues alcanzar la puerta y vuelves a salir.

Dependiendo de la prisa que tenga o la lejanía donde se encuentre el lujar de mi destino, me bajo en la parada de “Carlos V”, “Plaza San Francisco” o voy hasta final de mi trayecto. Cuando tengo tiempo me encanta bajar en la parada de “Carlos V”. Dejar las comodidades e incomodidades del tranvía y la multitud que agolpa tras sus puertas, dejar atrás la insolencia, la dejadez y la desgana de la gente; pero también la complacencia, la amabilidad y la eficiencia de los usuarios más afables.

Bajo del tranvía y comienza la vida, en torno a un paseo que me envuelve y me trasporta en el tiempo y en el espacio. El ruido del viento al jugar con las hojas de los árboles, la luz del sol que se convierte en colores, hexágonos rojos que se despliegan y en su interior afloran terrazas donde las risas y la música se entremezclan, el tintineo de las bicicletas que pasan a tu lado despeinándote tus pensamientos, los niños que corretean entre montañas de almendras garrapiñadas y casitas de jengibre; y yo entre la atención y la distracción me adentro en mis pensamientos solamente abandonados por el reflejo del sol y los aromas disonantes que me llegan durante el camino.

En una soledad, cada vez más acompañada, encuentro mi libertad. Me siento ligera de convicciones y obligaciones impuestas. Estoy aprendiendo a cuidarme y a valorarme, a dejar de estar a la defensiva, a decir aquí estoy y no me tengo que arrepentir de nada. Todo lo que tengo me lo merezco y lo he ganado con mi esfuerzo. En esos momentos, te rindes a la sencillez de la vida. Dejas de mirar siempre la dificultad y la exigencia en ti y en los demás. Encuentras dentro de ti la propia esencia de la vida. Te invade una sensación de bienestar, de paz, de alegría y de amor por ti mismo y a los otros.

La vida es un viaje en tranvía, cada uno decidimos hacia dónde queremos ir. En ese viaje nos encontramos con personas que se podrán quedarse un rato o durante todo el trayecto. En la mayoría de los casos, que se queden o no, depende de ellos mismos; pero en algún caso, la responsabilidad de que te acompañen es tuya. Elegir quién te acompaña es importante, me gusta tener en mi vagón del tranvía personas positivas, que sepan sacar una lección nueva de cada experiencia, que las preocupaciones las afronten de cara y que la monotonía de la vida la convierta en una sonrisa. Personas curiosas por naturaleza que no se limiten en ver lo evidente. Personas que sepan ver siempre algo bueno de quien tiene en frente y sepan pasar de largo sus defectos, porque saben que si se quedan mirándolos se los llevan con ellas. Cuando me rodeo de personas así me vuelvo a sentir conectada con la vida, recupero mi energía y mi seguridad. Vuelvo a ser yo misma y mi viaje en el tranvía de la vida es mucho más fácil y cómodo.

 

4 comentarios en “Un viaje en tranvía es como la vida misma

  1. JORGE DANIEL TESTORI. dijo:

    Tus textos Silvia son pinturas, cuadros, paisajes de tu ciudad que nos hacen recorrerla a través de sensaciones, colores y aromas, una delicia este viaje en tranvía.

    • Silvia Bardají Escriche dijo:

      Me alegro muchísimo que te guste, Eva. La verdad poder escribir sobre la vida y cómo afrontarla de una forma positiva y optimista es lo más me motiva para seguir escribiendo. Un fuerte abrazo

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