La vida es una antigua estación de ferrocarril, donde circulan los trenes y no se detienen. En los diferentes andenes de la vieja estación se encuentran viajeros inertes. En uno, la melancolía que suspira con su vestido marrón y sus zapatos rojos; en otro, el señor “Don Perdida” que pasea por el andén arriba y abajo esperando la llegada del amor que nunca llego; en un tercer andén, espera ansiosa la alegría por tomar el vagón verde que le lleve a descubrir nuevos lugares y nuevas gentes.
El transcurrir de la vida, en la estación, es como un continuo, hola y adiós, los pañuelos saludan en las despedidas y en las llegadas las bienvenidas acompañan con flores. Los viandantes se entrecruzan, nadie sabe muy bien hacia donde se dirigen, no saben hasta donde deben llegar y el destino es solamente una excusa, solo para seguir viajando. Porqué si dejan de hacerlo, puede ser que entonces, les surja la necesidad de preguntarse, a ellos mismo, “qué es lo que estoy haciendo y hacia dónde voy”. Los bagajes siempre están vacíos, en el bolsillo un solo un billete de ida sin vueltas, todo es ilusión para seguir viviendo, sin pensar en lo que hay detrás.
La noche, en la antigua estación, es solo una luz mortecina y centellante para seguir pasando el tiempo, con el pretexto de no permitir ver nada, para seguir fingiendo no ver, no saber, no sentir. Ningún transeúnte esperando espera nada. Las vías de cada tren permanecen vacías y cuando pasa el ferrocarril lleno de nuevos viajeros nunca se apea aquello con lo que sueñan. De día, el sol, en su asiento, se acomoda a favor del viento. Pasa el revisor, un vendedor de estampitas, un cantor de canciones bonitas y otro que te quiere quitar hasta la sonrisa, pero permaneces inmóvil para evitar hacerte ninguna pregunta, para seguir un viaje que no sabes hacía donde te dirige.
El equipaje, libre de ataduras, como el cielo, como mis dudas, tiembla por la vibración de la llegada del tren. Por no saber que traerá, por no saber si volverá a transportar cómo cada semana tiempos pasados o nuevas sonrisas que den respuestas, para arrancar otra vez con un destino más establecido. Para llegar a otra estación, un poco más alegre y ver otros colores, algo de música y por el camino, con muchas variantes y sensibilidades, construir una nueva vida viendo la estación en el otro lado de la calle. Y así continuar la vida, sin necesidad de que un plano te marque la ruta, sin necesidad de tomar ningún tren que te lleve a ningún lugar, porque ya sé dónde quiero estar, hacía donde quiero ir.
un gran texto, prosa poética muy inspirada, excelente.
Gracias Jorge Daniel Testori
Me transportas a una escena de película de otra época, precioso