A veces se piensa que la biblioteca solamente es lugar donde se conservan libros en diferentes lenguas y formatos, según ha ido evolucionando la historia. Como siempre nos quedamos con su significado filológico y nos limitamos a contemplarlas como meros lugares de estudio o de investigación. El ser humano, desde la antigüedad, ha tenido la necesidad de dejar testimonio para que sus futuros descendientes pudieran continuar ampliando sus conocimientos. En nuestra memoria están bibliotecas como la de Alejandría o la de Pérgamo dónde se guardaban los manuscritos de Aristóteles.
Puede que, en un principio, las bibliotecas solamente estuvieran reservadas a unos pocos elegidos, que podían disfrutar de obras clásicas de un modo exclusivo por pertenecer a una determinada clase social. Pero bibliotecarios y bibliotecarias, que creían que la cultura no tiene clase social, desecharon la simple idea de que una biblioteca tiene una función meramente conservadora para alzar un grito revolucionario: “los libros están para el uso de todos”.
Una biblioteca es mucho más que un conjunto de libros ordenados siguiendo las Reglas de Encabezamientos de Materias o la enigmática CDU. De repente las bibliotecas buscaban atraer al público que no le importaba los grandes tratados, sino que buscaban la información por el mero gusto de aprender a través de la literatura, la historia, las bibliografías y los viajes. Su gran objetivo, ha sido vencer el aislamiento de cualquier persona que por no vivir en una gran ciudad se veía excluido de conocer a través de los libros cualquier tipo información sobre ideas, problemas y conflictos que agitaban al mundo en todos los órdenes del pensar.
Los ciudadanos tienen derecho a poder acceder a la cultura y a la información de una forma fácil y gratuita, para tener un verdadero poder de decisión respecto a sus vidas y de esta forma tener la capacidad de desarrollar un verdadero sentido crítico. Las bibliotecas nos brindan la posibilidad de no conformarnos con la primera idea sobre cualquier cuestión que nos surja en la vida. Si sabemos buscar entre tejuelos y referencias, uniendo datos y plantearnos nuevas tesis, seremos capaces de tener un espíritu crítico. Immanuel Kant nos plantea “iluminar las raíces de la existencia humana exigiendo el respeto que concede sólo la razón”. No es posible conocer el mundo realmente sin una mirada crítica.
En mi opinión, tener espíritu crítico es atreverse a poner conciencia a cualquier aspecto de nuestra vida. Nos limitarnos a dar opiniones libremente sin pararnos a pensar si tenemos todos los datos, dejarnos llevar por los perjuicios y nuestras propias creencias adquiridas por nuestras propias experiencias. Uno de los medios que el ser humano tiene al alcance de su mano para poder adquirir una visión diferente sobre un tema en concreto son las bibliotecas.
En el Antiguo Egipto a las bibliotecas se les denominaba “Casa de la Vida”, bella metáfora, porque en realidad una biblioteca es un punto de encuentro, de comunicación, de cooperación. En cualquiera de ellas, por pequeña que ésta sea, nos podemos encontrar con personas con nuestras mismas inquietudes o personas que necesiten descubrir una nueva perspectiva sobre una cuestión en concreto. Seguro que, si somos capaces de abrir nuestra mente, encontramos una sonrisa o una mirada que nos ayude a seguir buscado la referencia que nos llevará a cumplir nuestros objetivos o cuestionarnos nuevos retos.
Unas de las experiencias más gratificantes de los años que fui bibliotecaria era el sentimiento que tenía de ayudar a mis usuarios. El simple hecho de poder hacer una búsqueda bibliográfica, para encontrar un ejemplar que necesitaban y así seguir con el estudio que estaban realizado o la solicitud de un libro a otra biblioteca, me hacía sentir que mi labor era totalmente necesaria. En cuanto me acercaba a mi mesa y me encontraba con sus solicitudes, desde la primera hora de la mañana, para mí comenzaba el gran reto de encontrar en cualquier parte del mundo el documento que buscaba. Podía tardar minutos, horas o días, buscando en bases de datos, catálogos y revistas, pero el libro o artículo llegaba a mis manos y rápidamente les hacía entrega del documento que me habían solicitado. Podía llegar o no la gratitud, que en muchos casos llegaba, pero en realidad lo que realmente me hacía sentirme afortunada era que para realizar bien mi trabajo daba igual si andaba o no, o que escribiera sólo con una mano, ser bibliotecaria sólo requería tener ganas ayudar a otras personas a conseguir sus retos y una sonrisa por la mañana.
Los temas de este blog me parecen estupendos; están escritos con mucha delicadeza y respeto, reflejo del alma de quien provienen.