En la cocina, como en el amor, no siempre se utilizan las mismas formas, ni las mismas texturas. Hay veces que hay que cocinar a fuego rápido, como las carnes y los pescados, para que mantengan su propio jugo y su auténtica esencia. Como cuando conoces a alguien en un lugar inesperado y, sabes que pase lo que pase, quieres compartir aunque solamente sea una hora de risas y ternura, para más tarde recordar que, fuera lo que fuera, exististeis y pudiste seguir a delante.
Hay determinados platos que es mejor que se cocinen a fuego muy lento. Incorporando los ingredientes de poco en poco, para que cada uno pueda penetrar en el otro y dar un sentido de unidad al plato. Como cuando el trato se convierte en amistad, que regada con risas, confidencias y el estar en el momento adecuado, en un mismo lugar hace que dos personas pasen el resto de sus vidas juntas. Compartiendo pasiones y desconsuelos, pero sobre todo siendo compañeros de vida.
Pero también hay platos, como la fritada aragonesa, que se utilizan diferentes tiempos, según sea necesario. Unos ingredientes necesitan viveza y ritmo por lo que se necesitara el fuego fuerte. Para otros, se consigue, si se cocinan a fuego muy, muy lento. Se comienza cortando la cebolla y los pimientos en juliana. Se fríe, en primer lugar, a fuego fuerte la cebolla, dejándole espacio, dándole vueltas, para que revoloteé a su antojo en el aceite. Al introducir los pimientos, la sartén comienza a tomar ritmo y colorido. Durante unos minutos se le da vueltas y vueltas hasta conseguir que la mezcla de sus aromas invada toda la cocina formando un único espacio.
Al introducir en rodajas finas, los calabacines, frescos y húmedos, que se entreveran es el momento idóneo para bajar la velocidad del fuego y dejar la cebolla, el pimiento y el calabacín se fusionen en una mezcolanza de sabores que forman su propio perfume. En este instante se añaden las torneadas patatas, teniendo que avivar el fuego para que se doren y se enreden en el colorido conjunto. Por último, todos los ingredientes están preparados para recibir con holgura un concassé rojo de tomates cubriéndolo todo.
Sería el amor que siempre está y el amor que te sorprende cada día con un juego diferente. El mismo amor en diferentes momentos del día. Dejándote tu espacio y tu tiempo para poder hacer y deshacer en busca de mil inquietudes; para encontrar el lugar donde puedas ser tú mismo, tú misma. Y a la vez, aquel que decide, que hoy no vas a hacer nada porque vamos a viajar entre risas y caricias, hasta que estemos llenos. Hasta que no nos haga falta ni respirar, el mismo aire que envuelve a los demás, porque con nosotros mismos nos sobra. Hoy vamos a vivir, porque juntos sabemos quiénes somos y para esta vida, amor mío, ya es suficiente.