En el mundo en que vivimos nos movemos en el concepto de propiedad. Nos identificamos con lo que tenemos. Tenemos la extraña creencia que cuanto más tenemos, mejores somos y no nos paramos a pensar, que en nuestro afán por tener dejamos de dedicar nuestro tiempo y energía a las cosas que realmente nos importan. Supongo es una actitud que está implantada a nivel social y cada uno de nosotros solamente nos dejamos llevar. Si no seguimos las normas que dicta la mayoría, somos diferentes y eso no nos gusta nada.
Ser diferente nos incomoda, nos da la falsa sensación de separación, de ser distintos. En la sociedad en que vivimos, eso de ser distinto del que tenemos al lado en el asiento del autobús, no está muy bien visto. Para poder ser diferentes, tenemos que saber muy bien quiénes somos, y en general, eso nos asusta bastante. Porque en realidad somos aquello que casi nunca mostramos y nos sabría deciros muy bien porqué, pero es verdad. Puede ser, porque en realidad, somos bastante diferentes a como hacemos ver a los demás, y hasta a nosotros mismos.
Si siempre has pretendido llevar una vida bastante organizada. Puede que en realidad te importen bastante poco los planes establecidos. Y lo que realmente quieres, es dejarte llevar por todo aquello que te trae la vida. Intentando no escuchar mucho a tu cabeza. Porque sabes que si la escuchas, puede que se vuelva a paralizar y tú con ella. Así que decides, no ver ni escuchar lo que tú mente te dice, y simplemente, vives cada instante como viene. Probablemente, te acuestes sin necesidad de decir «buenas noches», porque interiormente sabes que hoy todo está como tiene que ser y que mañana traerá lo que tenga que traer. Lo importante es tener fuerzas y alegría para recibir todo aquello que el día nos traiga.
En la sociedad en que vivimos, el hecho de compartir con el otro algo, por el mero hecho de ayudar sin esperar nada a cambio, se nos hace complicado, por decirlo suavemente – lo podéis definir con el adjetivo que queráis. Nos asaltan las inseguridades, nuestra mente se dispara y los miedos nos muestran toda una sucesión de posibilidades que nos hacen dudar hasta de nosotros mismos. Supongo que todo está relacionado con el hecho de aceptar la vida como viene y el recibir, con los brazos abiertos, lo que la vida nos trae y si puede ser sin esperar nada a cambio, mucho mejor. Porque eso significará, que lo hemos hecho desde nuestra libertad y de este modo no nos podremos sentir atados a nada ni a nadie.
Hace unos días, me hablaron de la historia de la vacuna de la poliomielitis. Durante la postguerra mundial la poliomielitis o parálisis infantil, hacía estragos en el mundo. En EEUU se consideraba el problema de salud pública más grave. Cada verano, la época del año más propicia a esta epidemia, el virus de la polio se propagaba por la población infantil de una forma imparable. Jonas Salk descubrió la vacuna de la poliomielitis y durante una entrevista le preguntaron sobre quién tenía la patente de la vacuna; a lo que Salk respondió: «No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?». El artífice de la vacuna rechazaba así patentarla y la vacuna pasaba a ser asequible a todo el mundo. Para mí, es un ejemplo de dar a la sociedad sin esperar nada a cambio. A lo mejor dar entre nosotros puede ser más fácil o a lo mejor más difícil, pero sería bonito que poco a poco nuestra forma de ver la vida fuera cambiando hacia esa nueva forma de pensar. Estaríamos construyendo un mundo diferente entre todos.